miércoles, 3 de septiembre de 2008

Empecé el día mal. Con dolor de garganta y mareada. Y muy temprano sin poder seguir durmiendo. No estaba en mi casa para colmo. Tuve que levantarme. Y pensar que todavía restaba TODO el día... Comí fideos, no es algo que me enloquezca. Y salí corriendo a la facultad. El chico con quien iba a estudiar, no apareció. Me clavé una hora esperando. Recién eran las tres de la tarde. Entré a clase y me empezó a doler la cabeza. Genial. Teorías de conjuntos, inducción matemática y análisis combinatorio acompañados de punzadas en el cerebro. La pasé bomba. Salí a las 8 de la noche. Y pensé: "Ya es suficiente". Solamente quería un buen regreso a mi hogar. Tomé el colectivo, y había una madre. Y tres hijos. A ver si puedo explicar bien la situación. Los chicos estaban sentados lejos de la madre, que hablaba con una señora y al mismo tiempo mandaba mensajitos por celular. Los nenes gritaban, y lloraban, y pataleaban, y se pegaban. Y la madre cada dos segundos les gritaba: "Miren que me levanto y les doy un cachetazo", pero nunca se levantó, y estoy hablando de un viaje de 45 minutos, en el cual habrá dicho esa frase, aproximadamente y sin exagerar, 7 veces. Claro, la señora no podía perder el asiento, y menos sentarse con sus hijos para tranquilizarlos. Yo iba escuchando música, pero parecía que los gritos de la mujer y sus tres hijos salían de mi mp3. A dos cuadras de bajarme, un policía les dice a los nenes que se callen. No era yo la única que tenía ganas de ponerles una papa en la boca para que dejen de gritar. Los nenes parecían haber quedado mudos, pero justo me bajé. Llegué a casa, y había fideos para comer.

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